El juego del sapo, por tratarse de un pasatiempo popular en América Latina, es uno de los juegos del recuerdo donde las personas y los paisajes reflejaban una escena cotidiana, un ambiente de época y una tradición cultural. El juego de la rana como es llamada en España o, juego del sapo en Perú, Ecuador, Bolivia y Argentina, Pukllay Sapu en quechua o simplemente rana en Colombia, es un juego de lanzamiento de precisión múltiple donde se intenta introducir un determinado número de fichas, argollas o discos de hierro («tejos» en España y Bolivia) o de bronce (en el Perú y Argentina) en los múltiples agujeros que existen en la mesa del sapo o rana.
La mayor parte de los habitantes latinos atribuyen este juego a una leyenda Inca que se basa en el famoso lugar “Boca del Sapo” ubicada en el calvario del santuario de Copacabana, a orillas del lago Titicaca, donde la gente acude en días festivos para pedirle al sapo petrificado que les haga un milagro. De acuerdo a los rituales ancestrales, los creyentes, en acto de fe y compromiso, le lanzan bebidas espirituosas como una forma de ofrenda. Si la botella se rompe en la boca del sapo es señal de que los sueños se harán realidad.
La leyenda cuenta que en el sagrado lago de los Incas se desarrollaba un misterioso juego, cuyo personaje central era el milagroso jamphatu. Se dice que en cierta ocasión, cuando el animal, nadando entre juncos y rocas, salió a la superficie para tomar aire, fue petrificado en la orilla por los rayos del Tata Inti. Desde entonces, la familia real, dirigida por el Inca, llevaba piezas de oro al lago, con la esperanza de llamar la atención del jamphatu, animal al cual se le atribuían poderes mágicos. El sapo cogía en su boca una pieza de oro y, al instante, al afortunado lanzador se le concedía su deseo.
Para homenajear al milagroso batracio, que convertía los deseos en realidades, el Inca mandó construir un jamphatu de oro, con el objetivo de convertirlo en un juego de suspenso y destreza, que le permitiera divertirse y echar la suerte con los miembros de su corte, en tanto las mujeres y los hombres de su reino acompañaban el pujllay jamphatu con cantos, danzas y mucha alegría.
Con el transcurso de los años, el sapo petrificado a orillas del lago Titicaca, más conocido como la Boca del Sapo por su formación parecida a la cabeza del anfibio, se convirtió en un sitio espiritual y de peregrinaje, donde los creyentes lo ch’allan arrojándole serpentinas, mixturas, coca, cigarrillos y aguardiente, como a toda deidad andina a la que se le rinde culto y pleitesía, ofrendándole comidas y bebidas, con la esperanza de que el sapo les conceda sus deseos de salud y prosperidad.
Aunque hace muchos años este juego era popular en pueblos, ciudades, hogares y locales, actualmente ya no hay muchos lugares que comparten este bonito pasatiempo. Pero en algunas chicherías aún podemos toparnos con las mesas y los tejos. Sin duda son recuerdos, historias de nuestros abuelos y bonitas experiencias las que nuestros adultos mayores disfrutaron en su época.
¡Buenas Vibras!
By: Alison Loza