Esta historia se desarrolla antes de la llegada de los españoles al continente americano, durante el Imperio Incaico. A fin de conocer y explorar sus dominios, la autoridad máxima de los Incas mandó a realizar expediciones en busca de nuevos ingredientes culinarios. Un día, el Inca ordenó llamar al guerrero más valiente y leal de su ejército, Apu. El Inca le dijo que en las expediciones encontraron plantas con espinas que provocan un dolor terrible al tener contacto con ellas, además de estar protegidas por una enorme serpiente que ataca al que osa aproximarse. Solo uno de los chaskis logró sobrevivir a tal encuentro, a lo que Apu en toda su seguridad dijo que destruiría al monstruo y así vengaría la muerte de los suyos.
Después de tres días de caminata por fin dio con la gruta maldecida. La bestia dormía, era una gigantesca Katari (víbora), cuidadora de la montaña, que al sentir ruidos extraños, despertó y abrió sus fauces para lanzar un aterrador sonido. Ningún hombre pudo escapar de la trampa hipnótica de la bestia y habían quedado atrapados en una cueva.
Al pasar los días, casi todos los hombres habían sido devorados, entonces el único sobreviviente urdió un plan de escape. Amontonó hojas secas en un rincón de la madriguera y le prendió fuego. La bestia espantada por el humo y las llamas huyó y de esta manera Apu pudo escapar hacia la altiplanicie. Ante la dificultad de encontrar un buen lugar para esconderse, la bestia fácilmente le dio encuentro y el momento que iba a devorarle, Wiracocha mandó al dios Pachaniuruni para protegerlo.
El dios lo convirtió en una planta gigantesca, hojas cuajadas y enormes espinas. La serpiente en toda su cólera se enroscó en ella y las heridas que provocaron las espinas hicieron que de su vientre rodaran los esqueletos de los hombres que había devorado. Una vez tocando la tierra, por condescendencia de la Pachamama, volvieron a la vida y regresaron a su campamento.
Luego de tal acontecimiento, se dice que la planta empezó a crecer por todo el Tahuantinsuyu gracias a que el dios Wayra-Tata (dios del viento), las esparciera por varias regiones. De estas semillas nació una planta similar en color y forma, mas no en tamaño, a la de la leyenda, y son las pencas que hoy se ven crecer en las carreteras, ofreciendo como fruto la tuna.
By Alison Loza